Encuentros sobre Azules.

 

Capítulo 1: ¿Todas las historias comienzan por el principio?

 

En algún lugar de Italia…

 

 La silueta de una mujer, la sombra de su pelo se mueve bailando sobre un fondo de luz, como las manos que hacen figuras sobre la pared y cuentan historias; el ser humano tan creador de todo y tan absolutamente aniquilador. Tan fácil hacer sombras en la luz como en el alma. Un paso más, otro… ¿cuantos miles de pasos dados pensando en ella? No podía deshacer lo hecho…

Era experta en las sombras, tenía tanto tiempo para observarlas… incluso aquellas que aparecían en las noches, sombras sobre oscuro. La negrura nunca es absoluta, siempre aparece algo que se superpone. Tras miles de pasos, estaba convencida de que la oscuridad absoluta y, aún menos, la infinita, no existía; allá donde fuera, en las entrañas de la Tierra, en la inmensidad de un agujero negro, ni en uno solo de sus sueños; por más que no pudiera recordarlos al despertar.

Hay imágenes que sí recuerda, sonidos, sensaciones…está corriendo, escapando de algo o de alguien y cuanto más se aleja de donde fuera que se encontrara más mudaba la piel, se transformaba, incapaz de reconocerse y sin más remedio que rehacerse; una vida distinta muy lejos de la que un día fue.

Los años y los huesos duelen, tantos pasos dados se hacían notar; como los finos surcos en su piel o la flacidez en sus músculos; sus dedos, algo más curvados, seguían la misma rutina adquirida en la niñez, enredar un mechón de su pelo, aunque ahora su melena fuera más corta y teñida para ocultar el blanco.

¿Desandaría lo andado?… Vender el alma al diablo para encontrar la paz, demasiada soledad… y todo para qué. Hay sucesos en la vida que te marcan y van contigo a donde fueras, como una cicatriz más, no se ve como las de la piel, pero te conforman e incluso te transforman; los ojos ya sólo parecen ver tal y como sientes…

Se acurruca la manta sobre los hombros… empieza a anochecer. Había un farillo de luz en la entrada de la antigua casa, con esos jardines multicolores y verdes confundiéndose con el horizonte. ¿Quién cuidaría los abetos ahora? ¿Recogería alguien las  hojas caídas y resecas en forma de corazón de las enredaderas?… ¿Seguirían resonando aún todas esas notas musicales por doquier tal y como aún lo hacían en su cabeza una y otra vez?

 

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